Quince minutos de una idea


Quince minutos antes de las 8 de la mañana él la esperaba en el café todos los sábados. Eran los mejores quince minutos del día. A veces, de la semana. Esperaba este día toda la semana lo que le hacía sentir un tanto cursi pero no le importaba, al contrario, le ponía feliz.

- Latte y Americano sin azúcar por favor - solía pedir en la barra en el único café abierto a esa hora. 
Él siempre pedía el café de ella primero y después el suyo. Tenía el detalle de crear manias nuevas. Estas manías le habían desarrollado una intuición sobresaliente.

Le gustaba ver el calzado de las personas, el andar en la calle, las muecas, los gestos, el movimiento de las manos. Se imaginaba historias, algunas imposibles, se reía solo algunas veces. 

Cuando recibía las bebidas quedaban doce minutos para estar con ella. Se giraba y entonces aparecía, sonriendo, con el cabello mojado y las cejas levantadas. Cada sábado imaginaba futuros con ella. - Posibles futuros contigo - le susurraba al oído antes de darle la bebida caliente.

Se sentaban en la mesa a la entrada y de forma rápida y misteriosa se ponían al tanto. Estaban conectados. 
Mano en la mesa tomando el café quería decir todo bien, ver la mesa era pasó algo malo, mirar a los ojos significaba te extrañe, beso en la mano; tenemos que irnos. Hola, adiós, adiós hola.

Salían juntos del local y el sol cambiaba de cuando llegaban a cuando salían. Cada quien tomaba su auto justo después de despedirse de beso. Él publicista la adoraba. 

Solía recordar su sonrisa de la mañana el resto del día, incluso antes de dormir, por eso le mandaba un mensaje al teléfono en la noche. Trataba de no ser una molestia. 

Se imaginaba a si mismo como una piedra en el zapato que no puede salir aunque se le empuje con palmadas en la suela. Estaba perdido. ¿Lo peor?, él lo sabía.

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