Lo que me une

Había muchos hombres importantes en la habitación. El velorio era por demás una pasarela de personalidades. Tan sólo entrar a ese espacio había requerido de esperar unos minutos fuera para colarse fingiendo acompañar a una mujer que lloraba amargamente mientras el publicista le tomaba del brazo para subir un escalón. Los guardias vieron a un hombre consolando a una mujer. No hicieron nada.

Dentro, Tano soltó a la dama para enfilarse hacia el segundo piso. La crema y nata de la ciudad estaba presente. Políticos, artistas, empresarios y reconocidos periodistas estaban ahí. Lo único que Tano pudo pensar fue que el esfuerzo de su amigo el académico había sido impresionante en unos años. Algo en él se puso triste. De pronto una lagrima casi lo traiciona y sale de su ojo derecho. Justo cuando descubrió entre la multitud a Jaime Vazquez de Hipólito. El político que era nombrado como el próximo regente de la ciudad. Una parvada de personas a su alrededor recibían ordenes. Tano siguió de largo.

Él odiaba los velorios desde que murió su abuela. No le gustaba asistir a este tipo de eventos pero estaba ahí porque sabía algo y tenía que hacer algo con ese conocimiento.

Iniciaron los rezos y él se alejo de la puerta. Dejo que las personas se acercaran al féretro. Se resguardó en un asiento al fondo. Pensaba, ¿cuántos de los que están acá realmente querían a Pedro?

Paso una hora, nadie se había movido del lugar, al contrario, habían más personas en el lugar. El publicista no podía evitar sentirse incomodo. En un determinado momento le dieron ganas de utilizar el baño. Caminó lentamente hacia el cuarto evitando el contacto físico con los presentes.

Frente al mingitorio le costó miccionar. Aunque lo intentaba no lograba fluir la orina. Se desesperó y decidió entrar a un baño tras de él, se ajustó el cinturón  y se sentó. Su mente se puso en blanco.

Pedro le hablaba de su vida, de sus sueños y sus anhelos, de la oportunidad que representaba para él ese viaje a Barcelona. Entre copa y copa la hablaba de su hija, Veronica, de lo hermosa que era y de cuanto la extrañaba. Del sacrificio que estaba haciendo por perderse de estos años con ella. Con cada copa Tano aprendía algo del economista. "La vida se cuenta en números". solía decirle.

Tano empezó a llorar, ni siquiera había visto el cuerpo de su amigo y estaba llorando, sentado en un baño, con los pantalones abajo. Si el académico pudiera verlos se reiría. Eso lo reconfortó un poco.

Salió del baño dispuesto a despedirse de su amigo.  Quien no quiere morir muere, quien desea la muerte va a velorios. Pinche vida irónica.


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