Cállame


Encima del buró estaban las huellas de ceniza impregnadas. El publicista no podía dejar el vicio del cigarro. Tenía años intentado dejarlo. Cada vez que fumaba un cigarro se decía a si mismo "mañana no lo dejaré, pero tal vez pasado mañana sí". Cuando entró a la habitación vio una fotografía, la única que tenía impresa en toda la casa.

Camino hacia ella y la tomó lentamente. En ella apareció un tipo feliz y sonriente acompañado de una chica que le abrazaba por la cintura con un brazo y con otro sostenía un letrero que decía "estoy con el estúpido". 

El publicista frunció el ceño y dejó la fotografía boca abajo en el buró, justo encima de las cenizas. Seguía siendo estúpido pero ya no estaba con ella. Levantó la mirada hacia la ventana y cerró las cortinas, el cuarto se oscureció inmediatamente. Tomó la chamara vieja y salió a la calle. El sol le pegó en el rostro y le deslumbró, tenía días encerrado sin conocer el aire de la calle.

Enfiló hacia su auto con la cojera que le caracterizaba. Pensaba en nada y en todo a la vez. ¿Qué acababa de suceder?, ¿era real?, ¿por qué Pedro le había llamado a él?, ¿Por qué no acudir a la policía?, ¿Pedro quería que él fuera testigo de su muerte?, ¿Por qué?, ¿Para qué?, ¿Acaso Pedro sabía de su depresión desde hace seis meses y le mandaba un mensaje de superación personal dejándose matar por alguien?, ¿Qué quería decir JCK?, ¿la otra persona le estaría buscando?, ¿él estaba en peligro?

En el auto manejaba despacio, con rumbo a la última dirección que recordaba como vivienda de su amigo. ¿Se trataba de una broma?.

Hizo el recorrido en 20 minutos, todo el tiempo con dudas en la cabeza. Aún no sabía qué o cómo actuar. Una cuadra antes de llegar a la casa de su amigo del que no sabía nada en años notó una multitud de personas en la calle, patrullas y ambulancias. Sintió algo en el pecho que le impidió respirar. Avanzó despacio y giró en la esquina para tratar de parar frente a la casa. Un oficial de transito le ordeno detener la marcha.

- Voy a mi casa - dijo al bajar la ventanilla.
- ¿Vive aquí? - le preguntó el oficial.
- Sí, de esta esquina a la otra doblando a la izquierda - mintió el publicista - No tengo otra forma de pasar.

El oficial se le quedó viendo y al no encontrar duda en la mirada del conductor, le permitió el paso. Engañar era lo que mejor sabía hacer el publicista.

Dio la vuelta despacio y aprovechó que la muchedumbre impedía avanzar para notar que la puerta de la casa de su amigo estaba abierta. Una mujer lloraba inconsolablemente frente a la casa y era abrazada por un hombre mayor que sostenía una tijeras de cortar pasto - los vecinos - pensó. Supo en ese momento que todo era real, estaba sucediendo, aquí y ahora, en ese momento, no era broma. Había presenciado el asesinato de su amigo desde su teléfono. 

Era real, Pedro había sido asesinado. Esto estaba pasando seis meses después que el médico del publicista  le había dicho que quedaría en estado vegetativo en un par de años. La vida y la muerte le tenían preparada una sorpresa de la que él no podía escapar por la amistad que le unía al académico. 

Hizo el auto a un lado y bajó lentamente. Miro al interior de la casa para notar policías moviéndose de un lado al otro. Una mujer de 20 o 21 años salía de la propiedad acompañada de dos oficiales. Su llanto quedó grabado en la mente del publicista que entre todo el ruido era lo único que escuchaba. Ella desapareció en una camioneta que partió lentamente evitando a la muchedumbre.

El publicista, entró en el auto y siguió el auto. No sabía por qué lo hacía. Algo dentro de él sabía que debía estar con aquella joven. Algo dentro de él le repetía con una voz susurrante "cuídala". La imagen de su amigo tomando vino y tocando el piano se manifestó tres cuadras adelante, justo cuando quedó detrás de la camioneta. Los ojos se le llenaron de lagrimas y de odio.

- Una última y respetable misión antes de desaparecer - dijo en voz baja.

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