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El publicista no era una persona de muchos amigos pero sí tenía muy claro su relación con el descanso. Le gustaban las actividades en solitario como ir al cine solo, asistir a exposiciones solo, tomar café o leer un libro solo, usaba mucho el dispositivo de moda para escuchar música con audífonos, incluso cuando recibía clases en la universidad.

Se sentaba casi hasta adelante en aquellas clases que el maestro solía pasar la hora y media frente al pizarrón. El publicista anotaba todo mientras escuchaba su disco favorito. sus compañeros odiaban que sacará mejores calificaciones cuando era notorio el ruido que no quedaba atrapado en su totalidad en las orejas de aquel pinche flaco.

Con el paso del tiempo sus gustos se fueron complicando. La creatividad poco a poco disminuía pero su capacidad de organizar y poner orden al caos mejoraba. Gustaba de ir a moteles, llevar una botella de vino y un disco de rock, ponía agua caliente con jabón en el jacuzzi y tenía una relación frontal con sentir que iba al pasado.

Descubrió este hobbie por error en una ocasión que un cliente se había equivocado de negocio y había dado indicaciones de atender al publicista "con lo mejor del lugar", pero claro, las chicas de la entrada cómo iban a saber que no era él sino otra persona.

Llevaba años haciéndolo. Era raro, pero disfrutaba de poder desconectar del mundo exterior y viajar al pasado con un disco y un vino. Todos somos un poco raros.

Poco a poco había encontrado un pequeño fetiche desconocido para el mundo, un secreto que le hacía reír para si mismo. No solía contarlo, nunca lo hizo, es ahora que se escribe pero nunca antes. No lo hacía por miedo que pensaran que estaba loco o que era excéntrico medio imbécil, eso era ya bien sabido, sino porque alguien quisiera acompañarlo y nos saber qué hacer al respecto.

El publicista prefería vino. Música fría y agua caliente. A veces algún disco de música deprimente y se dejaba llevar, solía meditar. Con aquella habilidad maldita de creer que lograba teletransportarse al pasado siempre a aquel momento en el que se encontraba solo en las canchas de la escuela secundaria bajo el aro de la cancha de basquetbol.

Si lo hubiera logrado, ese niño de escasos 13 años, había recibido ya demasiada información del futuro. Información que era un ciclo sin fin y de la que no entendía cómo un hombre que de pronto aparecía de la nada y decía ser él en el futuro decía cosas incomprensibles e inteligibles. Fórmulas, aparatos, tecnología, personas, viajes, todo bien pinche inteligible.

En el presente, él podía recordar la presencia de este hombre pero no en la secundaria sino fuera de un hospital con otra edad y más bien esta persona era un enfermo con afasia que le hablaba llorando de algo, un futuro o un presente, algo.



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