El publicista

Pensaba era el final de la historia. Durante años fue así, no tenía ni idea de cómo continuaría sin ella. Recordaba los paseos en las tardes, las noches con lecturas de tarot, las películas raras en el cine y las pruebas de amor en el cuerpo extranjero. No tenía idea de que este día llegaría. Apagó la computadora, tomó las llaves y justo al bajar la cortina de la oficina notó que un hombre salía del local vecino seguido de gritos y mentadas de madre -¡Traidor, poco hombre, hijo de puta! - Escuchó. Se giró y descubrió a la odontóloga botando papeles, lloraba y tenía algo que parecia una gota de sangre en su bata. Los gritos continuaron y la escena se tornaba grotesca ¿Por qué le tocaban presenciar este tipo de cosas a un publicista entrado en los 30 años amante de la novela negra y el rock de Kashmir?

El otro hombre subió a un auto, encendió el motor y tomó rumbo a la avenida. La mujer cayó al piso, llorando y maldiciendo su existencia.

¡Soy una idiota!

El publicista pudo dejar a la mujer en su lago, en lugar de eso arqueó el cuello viendo hacia el cielo, cerró los ojos, bajó la cortina, colocó uno de los dos candados que debía poner, todo en escasos diez segundos. Se acercó a la mujer, le dio la mano derecha y ella no se movió.

Treinta y cuatro segundos pasaron, una bicicleta, un autobus rumbo al centro, cuatro autos privados y dos taxis, la mano seguía extendida.

La mujer, enfundada en lagrimas alzó la mirada, el tipo de suéter rojo seguía ahí, parado, sin sonreír o siquiera viendo el rostro de su interlocutor.
Tomó la mano, caminaron despacio hacia donde había unas banquitas de madera que funcionaban como recepción del consultorio, ella se sentó y el publicista hizo lo mismo, permanecieron en silencio algunos minutos. 

La tarde caía más lento de habitual, ella no hablaba y él tampoco. Quería irse, pero algo se lo impedía, quizás el recuerdo o quizás el no tener a donde ir a las seis de la tarde. Como fuera, esperó en silencio, algo, lo que fuera, una palabra, una frase, una oración... Nada. Pensaba sería bueno al menos un "Todos son iguales" para largarse de ahí.

Treinta minutos y él seguía allí, viendo la nada, torciendo la boca. Podría estar en casa leyendo Retornamos como sombras, o en el cine, hace mucho no iba al cine, pensaba que también podía estar en Tokio o Roma, pensaba que podía estar haciendo guacamole. Nada, no hacia nada.

De pronto, el sollozo calmó, la mujer abría los ojos y miraba hacia el frente, él se dio cuenta y le limpió una mejilla, ella le devolvió la mira -Perdón por la escena - Dijo, Rodolfo sólo sonrió - No pasa nada, todo está bien - le contestó.

El silencio se hizo de nuevo.

- Es que... me engaño - Dijo la odontóloga
- Eso imagine - respondió el publicista con toda la sabiduría que da ver muchas ventajas competitivas de productos que nunca compraría.
- ¡Es un pendejo!-
-Seguro que sí... y uno grande - dijo él como intentando ser gracioso.

Ella sonrió y le devolvió la sonrisa - ¡Je!, gracias- dijo
Él sólo asintió - ¿Quieres un café?¿Que te ayude a cerrar?¿Algo?¡Lo que sea! - 
- Gracias, nada, estoy bien - respondió la odontóloga
- Bueno, debo irme - Dijo él
- Sí - Dijo ella

Se levantó lentamente y dio su primer paso con la reconocible cojera que lo acompañaba desde los 27, tomó las llaves del auto justo en el momento que un aire tocó la pared del negocio e hizo volar una revista de espectáculos. La mujer se levantó para tomar el ejemplar y vio la portada.

- Cuando los famosos se engañan se vuelve una noticia tremenda, cuando los demás se ponen el cuerno a nadie le interesa - Dijo la mujer.

- Eso no es tan cierto - Dijo el publicista - Yo nunca había platicado contigo en estos dos años de ser vecinos, yo jamás te hubiera buscado la palabra, menos verte como ahora, lo que pasa es que la vida de los famosos está impresa en papel couché y la nuestra en papel celofán, la historia de ellos debe ser impresa para leerse, la nuestra no, apenas algo de imprenta y nuestro papel se rompe, pero es hermoso ver un color en trasparencia. Es aburrida la vida de ser famoso, todos escriben de ti menos tú.

- La mujer sonrió - ¿Cómo te llamas? - le preguntó.
- Buenas tardes, me llamo Buenas tardes dijo mientras recordaba las noches con lecturas de tarot, las películas raras en el cine entre otras cosas.
- La odontóloga sonrió, el publicista también.


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